"Cuando tomé la Gran Vía y me envolvió el paisaje urbano que en otro tiempo me había sido cotidiano y familiar, sentí erizarse mi piel y un estremecimiento me recorrió de pies a cabeza. Barcelona, de madrugada, seguía siendo la ciudad quieta, despoblada y silenciosa, tan distinta del siempre bullicioso Madrid y tan propicia para conocer a fondo la propia soledad. Apenas algún que otro taxi recorría la avenida y, aparte del parpadeo casi inútil de las luces de los semáforos, poca actividad se ofrecía a a mi contemplación. Siempre me había gustado aquella ciudad: cómo estaba construida, cómo se organizaba la vida en torno a las plazuelas achaflanadas del Ensanche. Y siempre, sin embargo, me había producido una especie de desasosiego: en los primeros tiempos porque me daba la sensación de que no me haría a ella, y al final de mi estancia por lo contrario, porque sabía que había dejado para siempre jirones de mi alma enganchados en sus esquinas de las que pronto iba a separarme y a las que nunca podría regresar, o no del mismo modo".
Lorenzo Silva. (Madrid, 1966)
"La reina sin espejo". 2005.
Ediciones Destino.
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